miércoles, 29 de junio de 2016
Siempre me he culpado a mi misma de lo que no pudo ser, como si no fuera lo suficientemente buena como para ser amada. Y es que siempre creí que tu eras Zeus: ese dios del Olimpo que bajaba al mundo terrenal en busca de princesas a las que conquistar; mientras yo: tu Hera, me quedaba callada siendo testigo de todas tus conquistas. Y no, tu no fuiste el culpable cariño, lo fui yo, porque siempre fui difícil de amar. Soy de esas mujeres tercas e inseguras que un dios griego como tú no quiere poseer. Siempre me hice la dura ante todos, solo durante la noche me permitía sollozar hasta el amanecer. Y un buen día me harté de ser la otra, y por eso me fui: te alejé de mi sin decirte adiós, simplemente puse kilómetros de distancia creyendo que sería lo mejor. Y ahora me pregunto:¿después de ti que hay? Después de ser la esposa del rey padre y ahora desterrada, solo me queda la dulce soledad. Conocerme a mi misma y volver a ser lo que un día fui, volver a ver salir el sol, volver a ser feliz conmigo misma y no por un dios. Porque la soledad es buena, en ella nos mostramos tal y como somos sin pensar en agradar a nadie. Por eso hoy dejo atrás la vida del que por un tiempo fue también mi reino y miro al futuro sin ti.
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